domingo, 6 de noviembre de 2011

El Emisario

Siglo XIV. Un pequeño monasterio perdido por el nordeste de Europa. Es invierno y hace un frío seco, severo, muy tenso. Los siete monjes siempre viven ahí, nadie está de paso y después se va, no, nadie. Las horas son eternas.

Los monjes son tipos muy duros. Entre oraciones y misas dedican el tiempo libre a cosas extrañas, cada uno tiene su locura. Uno cuida el huerto de forma enfermiza; otro escribe no se sabe qué a la luz de unas velas en la biblioteca; otro, el más joven, cuida de las cabras y gallinas que les proporcionan huevos y leche; también hay un monje dedicado a las labores en aquellos tiempos propias de mujeres como la cocina, el control del menaje y la mínima higiene de la sala común en la que comen todos juntos dos veces al día. Otro de los monjes invierte sus ratos libres en largos paseos por las inmediaciones del monasterio y el mayor de los monjes, de unos ochenta y tantos años, pasa las horas sentado en la cocina, el único habitáculo que se mantiene caldeado gracias al fuego del hogar que dicha estancia alberga. Yo que se, son monjes, tipos raros que han decidido encerrarse en ese monasterio y dedicar su vida a servir a un Dios como por inercia. El Padre Prior, un monje de unos sesenta y cinco años a lo sumo, es el elemento cohesionador del grupo.

 Una noche de noviembre de 1344 alguien golpea las puertas del monasterio. El viento, piensa alguno del los monjes al oír el ruido pero no, los golpes se repiten y cada vez son más intensos, sin duda hay alguien llamando a la puerta.
-¡¡Padre Prior, Padre Prior!! -gritan unos monjes- ¡¡golpes en la puerta!!, ¿qué hacemos?...
-Pues abrir...¡¡apartaos!! -y abriendo la pequeña portezuela a la altura de la cabeza y acercando una vela pregunta: ¡¿Quién hay? ¿quién golpea la puerta de este monasterio?!
-¡Abrid en nombre del Papa! -responde una voz desde el exterior
Al oír semejante pedigrí, Padre Prior ordena que las puertas del monasterio sean abiertas.

Ante los monjes aparece un personaje de facciones rudas pero nobles, vestido con finos ropajes diríase que militares y asiendo con una mano el estribo del caballo.
-Disculpad mi perturbadora intromisión, se que estas no son horas de acudir a un monasterio pero mis órdenes son claras y concisas. El mismo Papa Clemente VI junto al resto de la Curia Vaticana han designado a un total de mil quinientos Emisarios para que viajemos por todo el mundo y hagamos llegar a todas las instituciones vinculadas a la Iglesia el presente documento. -en este momento el Emisario saca un sobre mediano en el que puede verse con toda claridad el sello del anillo personal del Papa en el lacre que cierra dicho sobre.
-Ohhh! -exclaman los ahora ya cuatro monjes que se han acercado a ver lo que ocurría junto al Padre Prior.
-¡Ábralo Padre Prior, ábralo a ver que pone! -exclaman con infantil curiosidad.

El Padre Prior se guarda el sobre y dirigiéndose al Emisario...
-Muchas gracias, su trabajo ha concluido aquí. Quédese a pasar la noche si lo desea que no le ha de faltar ni lecho, ni alimento con el que reponer fuerzas para continuar su arduo camino.
-Gracias pero no, aún tengo un largo viaje por delante y el invierno está cerca. Tiempo habrá para el descanso.
De esta forma tan concisa el Emisario se despide, monta en su caballo y se marcha al galope.
El Padre Prior ordena a los monjes ir a dormir. Mañana, si es pertinente, les explicará el contenido del mensaje papal.

Una vez en su habitación y a la vez despacho, el Padre Prior, ya en calma, decide abrir con cuidado el sobre. Nunca antes se había sentido tan importante como en estos precisos instantes, el Papa se le dirigía a él, un anónimo prelado de un minúsculo y remoto monasterio. Saca la carta, la abre y comprueba que lleva la firma del mismísimo Papa, el texto, que está en latín, dice más o menos lo siguiente:

Apreciado miembro de la Iglesia,
Después de años de concienzudo estudio y comparación de los históricos documentos que se conservan tanto en el Vaticano como repartidos por las más documentadas bibliotecas de la cristiandad, he de comunicaros sin temor a equivocarme y de forma clara y rotunda que Jesús no es hijo de Dios. Nuestra Iglesia se fundamenta en los bienintencionados textos que recoge la Biblia, todos ellos producto de la imaginación de audaces escritores, tergiversaciones de la historia movidas por intereses a menudo políticos.
He podido también constatar por diversas fuentes que fue el Emperador Constantino quién redactó el Credo a su conveniencia durante el Concilio de Nicea. Es más, tras dos años de deliberación y maduración he de comunicaros que el Dios en el que hemos creído hasta ahora es tan o tan poco válido como las divinidades romanas, helénicas o egipcias.
Ante este nuevo y desolador horizonte, yo, Clemente VI, como máximo representante de la Iglesia, ordeno sean desmanteladas en el plazo de un año todas aquellas instituciones nacidas en el seno de nuestra comunidad con el fin de ser vendidas. Los beneficios que se obtengan deberán ser destinados a paliar la pobreza y enfermedad.


CLEMENTE VI

 A la mañana siguiente el Padre Prior acudió a matines con un aspecto un tanto desaliñado. Como cada día se colocó ante el altar, miró a los monjes de la comunidad y con aire condescendiente les dijo:
-Venga, vamos a tomarnos un caldito a la cocina que tengo que deciros algo...

sábado, 2 de julio de 2011

Torres gemelas

Gregory Peck está sentado en su oficina respondiendo unos e-mail. Todo es en inglés porque él es americano y su vida transcurre en los Estados Unidos. La oficina de Gregory Peck está situada en los últimos pisos de una de las torres gemelas de Nueva York y hoy es 11 de septiembre de 2001. Putada.

La secretaria de Gregory Peck, Linda, es una de esas obesas monstruosas que tanto se dan en los Estados Unidos. Toda su vida ha comido la basura del McDonalds y cosas por el estilo y su aspecto es lamentable, sin embargo a ella se la ve contenta.

De pronto Linda decide coger unos documentos colocados en lo más alto del armario situado en el centro de la planta y para ello se sube a una escalera a todas luces demasiado enclenque para soportar el peso de esa mujer-ballena. La peripecia de Linda es observada por todos los empleados de la planta, los cuales se miran entre ellos con veladas y crueles sonrisas. Se ríen de la gorda subida a la escalera cual elefante en la tarima de un circo, y eso que es su compañera.

Como no podría ser de otra manera, uno de los tornillos de la escalera cede al mastodóntico peso de Linda y esta cae de forma esperpéntica, ridícula y estrepitosa. Las casualidades de la vida quieren que justo en el momento en que gorda Linda impacta contra el suelo, un avión de American Airlines se incruste en el edificio. El estruendo y el temblor es horrible, espantoso. Todos los empleados de la planta estallan a reír, ninguno de ellos había visto caer a una gorda tan descomunal y ven superadas con creces sus expectativas relativas al resultado imaginado. El efecto ha sido brutal, muy teatral.

Minutos más tarde, cuando se dan cuenta de la situación real y de la consiguiente confusión y desafortunada coincidencia, el ataque de risa aún es mayor, quizá los nervios, la desesperación... Todos mueren, Gregory Peck también.

viernes, 8 de octubre de 2010

Armand

Armand era un niño raro, muy raro. Era el típico niño extraño del que se ríen los demás niños en el colegio porque es distinto a ellos. Ya en casa, el padre de Armand intuía la rareza de su hijo y también se metía con él, le pegaba a menudo gritando:
-¡Toma raro! ¡Que eres raro como tu madre!
Sí, la madre de Armand también era rara, pero de un modo muy distinto. A ella le hubiera gustado espolearse, pero no espoleaba, y eso la tenía carcomida, quizá por ello también pegaba a Armand los jueves alternos, es decir, jueves sí, jueves no.

Así pues, la infancia de Armand fue terrible. Las vejaciones y humillaciones por parte de su familia y amigos fueron continuas. La única cosa a la que Armand podía asirse era a su extraño mundo interior, que giraba en torno a un adhesivo en el que aparecía una especie de tractor antiguo. En el dorso de dicho adhesivo, por casual que parezca, figuraba el número 64.
El hecho de que hubiera perdido el adhesivo por descuido no influyó en el carácter de Armand, sexualmente avieso.

Desgaste, la palabra es desgaste. Armand la conocía bien pues muchas de las prendas que Armand vestía lo estaban. Los zapatos desgastados, el cuello de camisas y jerseys desgastados a más no poder, los cinturones con los agujeros dilatados y las hebillas ya opacas. Armand siempre ofrecía una imagen triste y gris.

El día en el que a Armand le explotó la cabeza nadie se inmutó.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La familia Barbarin

Cuando la policía llegó a casa de la familia Barbarin, encontró a todos sus miembros muertos en el frío suelo de mármol. Sus gruesos cuerpos habían estallado y los pedazos de carne se entremezclaban en un macabro rompecabezas. Parecía como si se hubieran puesto de acuerdo para suicidarse de una forma rara, aquellas explosiones de sus cuerpos no respondían a ningún acto de violencia conocida, todo parecía de lo más natural. Explosiones corporales naturales y colectivas, eso se puso en el informe.

Siete años más tarde y fruto de incesantes y metódicas investigaciones por parte de científicos norteamericanos de unos cuarenta o cincuenta años, llegó a los juzgados de Madrid un grueso informe con la solución de tan curioso caso acaecido años atrás. En una de las páginas finales, tras un sinfín de incomprensibles gráficas, cálculos, listados de palabras como en latín escritas en cuerpo 7 y con un interlineado muy junto, podía leerse un párrafo escrito en castellano a modo de resumen o conclusión final. Este fue el párrafo que se leyeron en Madrid y no el coñazo anterior, claro. Decía más o menos lo siguiente:
"...por consiguiente, podemos asegurar que el motivo del colapso corporal* fue la no asimilación y consiguiente expulsión, de forma simultánea, de sustancias indispensables para el correcto funcionamiento del organismo"

En otras palabras, la familia Barbarin, meses antes del incidente, empezó un ambicioso proyecto de reconversión nutricional. Toda la familia apostó por una alimentación sana y entre todos iniciaron una búsqueda de los productos más saludables y naturales provenientes de las granjas más selectas, normalmente del extranjero.
En pocos tiempo se vieron rodeados de productos de extraordinaria pureza envasados al super-vacio para evitar las posibles bacterias o gérmenes. Una carísima máquina venida de Suecia les proporcionaba el agua que todos bebían, H2O puro, sin ningún tipo de aditivo y mucho menos gas. Todo era jodidamente sano hasta extremos impensables. Llegados a este punto de pureza, las células de sus organismos (las que habitualmente absorben las sustancias que necesitan de todo aquello que comemos) se vieron inundadas de unos productos da tanta pureza y calidad, que no tuvieron cojones de despreciar ni un ápice de todo lo que les venía encima, todo lo absorbían, todo lo aceptaban por saturadas que estuvieran. La familia Barbarin no cagaba ni meaba porque no había nada que cagar o mear, sus cuerpos no querían despreciar nada de lo que comían de lo sano que era todo. Sus cuerpos se fueron hinchando de materia sana, grasa sana, agua sana. Finalmente las paredes celulares no pudieron contener tanta sustancia sana y explotaron de forma simultanea, una reacción en cadena. Los miembros de la familia Barbarin fueron explotando como caen las fichas del dominó.

*La explosión de los cuerpos dicho en la puta jerga de los médicos.

sábado, 13 de junio de 2009

Naranjas de la China

¡El día que te mueras me iré de viaje a la China! -dijo Carmen a su marido Claudio. Ambos superaban los setenta años de edad , un matrimonio de los de antes pensará el lector. Si, de los de antes. Claudio murió y Carmen se vio liberada de la cadena que ella misma se había ido imponiendo durante el matrimonio. Compró un pasaje de avión para la China y un buen día se largó. Una vieja de setenta y tantos años sola en la China.

Una tarde, paseando por un mercado, Carmen decidió comprar una naranja, así que se dirigió al tendero y muy lentamente le dijo:
-U-n-a    n-a-r-a-n-j-a   p-o-r   f-a-v-o-r
El chino no entendió nada. El chino solo hablaba chino. Carmen repitió más fuerte:
-U-N-A    N-A-R-A-N-J-A!!!!
El chino no tenía ni puta idea de lo que la jodida vieja le estaba contando por lento o fuerte que se lo dijera. Los chinos hablan chino y punto.

martes, 21 de abril de 2009

Zeno

Zeno era un niño bueno. Un día, mientras se dirigía al tanatorio en un autobús extremadamente lleno, vio subir a un hombre ciego. Zeno supo que era ciego porque llevaba unas gafas oscuras y un bastón blanco con el que golpeaba el poco suelo libre que quedaba en el autobús para ubicarse.
Como Zeno era tan bueno, decidió levantarse y cederle su asiento al ciego.
-Siéntese usted señor ciego -le dijo en tono cordial.
El ciego, tras escuchar el amable ofrecimiento, lógicamente respondió:
-Tu lo que eres es un hijo de la grandísima puta!!!
Zeno, sorprendido, pensó que aquel hombre no le había entendido, así que  repitió:
-Disculpe señor ciego, le decía que le ofrezco mi asiento de plástico granate para que acomode su culo de ciego. En este último comentario se le adivinó un poco molesto.
El ciego no pudo más y asestó con su bastón un certero golpe en la puta cabeza de Zeno quién murió en el acto.

Evidentemente el caso llego a los tribunales y cuatro meses después se celebró el juicio.
Fiscal: Este hombre tan ciego mató al niño Zeno con un magistral golpe en la cabeza. Gran delito el suyo pues lo realizó de forma espontánea, sin un motivo de peso.
Abogado defensor: Oh, no! Niño Zeno habló antes para ofrecerle su asiento de plástico granate. Ofrecerle su asiento a un ciego!! -recalcó.
Juez: La presencia de un ciego en el autobús no es motivo suficiente para ofrecerle un asiento de plástico granate. El problema de los ciegos reside en sus jodidos ojos y no en sus piernas. Niño Zeno, con su desafortunado comentario, provocó la comprensible ira del señor ciego, que debe estar hasta los cojones de que le dejen sentar en los transportes públicos sin tener problemas en sus piernas. Quede, por lo tanto, libre de toda culpa.